La democracia es una forma de gobierno caracterizada por que el poder es ejercido por el pueblo mediante elecciones libres y periódicas, donde se delega la representación. Esta forma de gobierno se adapta según el contexto social, poniendo énfasis en la participación, el control de los funcionarios y el alcance de los derechos garantizados.
Sin embargo, un riesgo actual importante es confundir la formalidad democrática con el fin último, olvidando que su verdadera misión es asegurar los derechos de la población. La democracia no debe ser una estructura rígida o sacralizada, sino un medio para resolver los problemas reales de la ciudadanía.
Un claro ejemplo histórico en El Salvador fue el bipartidismo que surgió luego de la guerra civil. Aunque se cumplían ciclos electorales y existían controles institucionales, la realidad fue que estas estructuras no garantizaron la seguridad ni los derechos fundamentales de la población. La incapacidad del Estado frente a la violencia criminal llevó a la gente a exigir priorizar la vida y seguridad por encima de formalismos legales.
Este reconocimiento popular explica el fuerte respaldo electoral hacia Nayib Bukele, que aumentó del 53% en 2019 al 85% en 2024. La democracia debe servir para otorgar a las personas «libertad de» esas condiciones opresivas y «libertad para» desarrollar su potencial social y económico bajo condiciones justas y seguras, como señaló el filósofo Isaiah Berlin.
Para que la democracia sea legítima y valorada, debe ser un instrumento vivo al servicio del desarrollo, que responda a las necesidades concretas y posibilite la plena realización personal y social.