La Primera Guerra Mundial fue un conflicto bélico que provocó un gran impacto en la humanidad, especialmente en los soldados que sobrevivieron a aquel trágico evento. Los signos de la guerra quedaron reflejados no sólo en los traumas psicológicos de los combatientes, sino también en las heridas físicas y deformaciones que éstos llevaban en sus cuerpos, siendo el rostro uno de los sectores más perjudicados.
A pesar de sus intentos, los médicos de la época no podían restaurar por completo las caras de los soldados, pero existió una mujer que utilizó su talento para restaurar los rostros de aquellos combatientes que lucharon por su país: Anna Coleman Ladd.
Nacida en Filadelfia (Estados Unidos) en 1878, Anna Coleman fue una escultora que obtuvo su educación artística en Europa y, cuando se mudó a Boston a principios del siglo XX para casarse con el doctor Maynard Ladd, decidió seguir perfeccionando su arte con el escultor Bela Pratt, con quien estudió durante tres años en la Escuela del Museo de Boston. Además de las artes plásticas, Anna también se vinculó con la literatura, siendo autora de dos libros y de una obra que relataba la historia de una mujer escultora que iba a la guerra.
Cuando Maynard Ladd fue nombrado para dirigir la Oficina de Niños de la Cruz Roja Americana en la ciudad de Toul, Anna no dudó en apoyar a su marido y, en 1917, el matrimonio se mudó a Francia. Luego de adaptarse a su nueva vida en París, Anna conoció Francis Derwent Wood, un artista que se desempeñaba como escultor en el Departamento de Máscaras para Desfiguración Facial y que llevó a cabo el proyecto de la restauración facial por medio de prótesis estéticas para, de alguna manera, devolver la esencia de los rostros originales de los soldados heridos que lucharon en la guerra.
Inspirada en el trabajo de Wood, Anna decidió seguir sus pasos y, aunque al principio se le dificultó por su condición de mujer, fundó el Estudio Para Máscaras de Retrato con la ayuda que provenía de los fondos de la Cruz Roja Americana. Al igual que el proyecto de Wood, Coleman buscaba esculpir máscaras que sirvieran para cubrir las lesiones de los soldados franceses. Con el tiempo, Anna obtuvo una reputación muy importante en Francia a raíz de su trabajo y, en 1932, el gobierno francés la nombró Caballero De La Legión De Honor por sus labores solidarias.
Los soldados franceses acudían al estudio de Anna Coleman Ladd para efectuar un molde con arcilla y plastilina. Previamente, la escultora había observado fotografías antiguas de sus clientes para estudiar los detalles de cómo eran sus rostros originales para imitarlos de la mejor manera posible a la hora de realizar las máscaras solicitadas. El resultado final era una máscara de cobre galvanizado que era finalizada por una soldadura hecha por Anna. Para darle más realismo, Coleman pintaba las prótesis de colores semejantes a las pieles de sus pacientes, e incluso, les agregaba cabello real para simular las cejas y los bigotes.
EL ESTUDIO DE ANNA COLEMAN LADD: https://www.youtube.com/watch?v=bCSzrUnie2E
Anna Coleman realizó 200 máscaras en su estudio y, cuando terminó su labor a consecuencia de la falta de fondos por parte de la Cruz Roja Americana, la escultora se mudó a California con su esposo en 1936 y se retiró de su profesión, de la cual se mantuvo distanciada hasta el día de su muerte en 1939.
La técnica de Anna Coleman Ladd es conocida actualmente bajo el nombre de anaplastología y, según los expertos en artes plásticas, es considerada la pionera de dicha práctica. La anaplastología siguió utilizándose en otros contextos bélicos, tales como la guerra de Irak, la cual fue aplicada tanto a civiles como a soldados.
Anna Coleman no sólo dejó un legado en cuanto a proceso innovadores de estética, también salvó la confianza de aquellos soldados franceses que se sentían psicológicamente afectados por su aspecto, ya que ellos mismos se consideraban unos monstruos y eran conscientes de que les sería muy difícil reinsertarse en la sociedad. Anna recibió cartas de soldados en donde éstos le agradecían por su trabajo y por darles el autoestima que necesitaban: ‘’Ya no soy un ser repulsivo’’, declaraban en sus escrituras. Por eso, Coleman también fue conocida a través del tiempo como ‘’la escultora de los valientes sin rostro’’.