La soberbia parece estar tejida en la naturaleza humana, especialmente en la juventud, cuando nos sentimos invencibles, dueños del universo.
Con el tiempo, los reveses de la vida suelen calmar esos impulsos. Sin embargo, algunos persisten en su arrogancia incluso en la madurez, mostrando un egocentrismo que resulta difícil de soportar.
Un soberbio entrado en años, que no alcanza la madurez mental, puede volverse insoportable si ostenta autoridad o presume de habilidades técnicas o intelectuales, colocándose por encima de los demás.
La soberbia se torna peligrosa cuando alguien arrogante ocupa un alto cargo empresarial o político, creyendo que su destino está escrito en las estrellas. Adolf Hitler, por ejemplo, se veía como un instrumento de la historia, ignorando que las constituciones existen para frenar excesos personales.
Cuando los aliados detuvieron a aquel “instrumento” histórico, millones ya habían perdido la vida en Europa.Reflexión sobre los excesos de Hitler
Clásicos como Locke y Montesquieu diseñaron contrapesos para limitar el absolutismo y evitar que los déspotas proyecten sus frustraciones personales en el poder, usándolo como venganza.
Figuras como Fidel Castro, Hugo Chávez o Daniel Ortega, convencidos de una misión predestinada, han despreciado los límites constitucionales, ejerciendo el poder de forma personalista.
En Nicaragua y El Salvador, el autoritarismo de líderes como Daniel Ortega y Nayib Bukele refleja una involución en la construcción de la democracia, basada en la alternancia y la separación de poderes.
En El Salvador, muchos aplauden a Bukele por combatir la delincuencia, ignorando su desprecio por las leyes democráticas. Los soberbios imponen sus propias reglas, desafiando las constituciones.
Pero nadie escapa al juicio de sus excesos. Tarde o temprano, el destino de los autoritarios como Nicolás Maduro será la cárcel, la humillación o la muerte, como le ocurrió a Hitler.
“Porque todo el que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado.”Lucas 14:11
En un mundo de falsas certezas, el soberbio en el poder se encierra en su búnker, rodeado de escoltas, ignorando que su némesis le cobrará el precio de su soberbia.